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Cultura

Historia de la buena hija Shim Cheong – Shim Cheong Yeon

2003-10-22

El viejo ciego Shim y su buena esposa Kwak eran personas muy pobres, pero de buen corazón. La mayor preocupación de la pareja era que no tenían hijos, por lo que siempre le rezaban a Buda para que les diera descendencia. Sus ruegos fueron escuchados y la pareja tuvo por fin una preciosa hija, a la que llamaron Cheong. Sin embargo, la felicidad no les duró mucho. La madre murió a la semana a raíz del parto. El ciego Shim no tuvo más remedio que vagar por todo el pueblo en busca de madres recientes que accedieran a amamantar a su hija. Así, con grandes privaciones y dificultades, el ciego Shim crió a la pequeña Cheong. Con el tiempo, la niña se convirtió en el mayor sostén de su padre. Un día, cuando Cheong cumplió 15 años, el ciego Shim se cayó en el río y un monje que pasaba por el lugar lo salvó de ahogarse. Éste le aseguró que si donaba 300 sacos de arroz al templo, Buda le curaría la cegara. Tentado por la idea, el ciego Shim le prometió al monje que haría la donación. Al llegar a su casa se arrepintió en voz alta de la promesa, puesto que los 300 sacos de arroz representaban una fortuna que no lograría reunir jamás en toda su vida. Al escuchar lo ocurrido, Cheong, que amaba a su padre por sobre todas las cosas, resolvió dar su vida a cambio de los 300 sacos de arroz, si con eso era posible devolverle la vista a su progenitor.

Al día siguiente, Cheong fue al puerto y allí encontró un barco chino que buscaba a alguien dispuesto a ofrecerse como pieza de sacrificio al mar a cambio de una buena suma de dinero. Cheong selló el trato pidiendo que le pagaran a su padre 300 sacos de arroz y el barco zarpó ese mismo día. Al llegar a alta mar, los marineros la vistieron con ropas nuevas y la tiraron por la borda como ofrenda al dios del mar para que les proporcionara una buena temporada de pesca. Cheong se hundió en las aguas, pero el dios del mar, conmovido por el amor filial de la muchacha, la salvó de ahogarse y la alojó en su fastuoso palacio submarino. Al cabo de un tiempo, Cheong pidió volver a la superficie y el dios del mar le facilitó la partida encerrándola dentro de una flor de loto. Un barco pesquero recogió la extraordinaria flor, y viéndola tan grande y hermosa, la llevó al palacio real para que el rey se deleitara con su vista. Llegado el tiempo, la flor de loto abrió sus pétalos y todos descubrieron admirados a una hermosa jovencita vestida como una gran princesa. El rey se enamoró inmediatamente de ella y le pidió la mano, decidido a convertirla en su esposa. Cheong también se había enamorado del rey y accedió, pero puso como condición que ofreciera un banquete durante siete días a todos los ciegos del reino. El rey aceptó gustoso, y tras la boda, se organizaron espléndidas fiestas y banquetes para conmemorar el suceso.

Al conocer el ciego Shim la causa de la partida repentina de su hija, no pudo reponerse del dolor y se echó la culpa de lo sucedido. Los 300 sacos de arroz no fueron un consuelo por la pérdida de su hija, pero atrajeron a una viuda codiciosa y astuta, quien engañándolo con buenas maneras, dilapidó rápidamente la fortuna y lo abandonó al cabo de unos meses. El ciego Shim, viejo y engañado, se echó entonces a los caminos para vivir de la mendicidad. Al escuchar que el rey ofrecía un banquete a los ciegos para festejar su boda, dirigió sus pasos al palacio del rey. El séptimo día, cuando Cheong estaba a punto de perder la esperanza de encontrar a su padre, lo divisó desde lejos y fue corriendo a su encuentro. El reencuentro entre padre e hija fue conmovedor e intenso y fueron tantas las lágrimas de felicidad que derramó el viejo Shim que milagrosamente recuperó la vista y pudo ver por primera vez en la vida a su querida y sacrificada hija. A partir de entonces, padre e hija no volvieron a separarse y vivieron felices y contentos el resto de sus vidas.

Esta bella leyenda popular, en donde se entretejen la devoción filial, pilar de la filosofía confucionista, y la idea budista de que los actos humanos son recompensados o castigados por una justicia retributiva, conmovió a los coreanos desde tiempos inmemoriales. Por esta razón se escribieron diversas versiones escritas de esta leyenda y es una de las las 12 historias que componen el pansori, el género de canto tradicional coreano.

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